sábado, 9 de abril de 2011

Toponimia de Ciudades bajo la lluvia (Ritual para conjurarte)

Ciudades bajo la lluvia (Ritual para conjurarte) conjuga en su nombre el título de las dos secciones, micropoemarios, que lo componen: “Ciudades” y “Temporada de lluvias”.


“Ciudades” se distingue por la descripción topográfica y profundamente sensual del cuerpo humano. El paralelismo que se corresponde entre la arquitectura urbana y la anatomía de los amantes configura un nuevo plano espacial en el que las concavidades y las esquinas de un cuerpo se convierten en un zócalo, una callejuela, una catedral erótica por recorrer:
¿Por qué tus dedos se posan en mi sexo
como plácidas palomas
sobre una fuente?
¿Por qué tus ojos
iluminan las puertas cerradas
de esta habitación
o las catedrales morenas de tus pezones?
Pero dicha dimensión geográfica se vuelve una construcción en abismo en la que la ciudad-espacio encierra a la ciudad-cuerpo en un laberinto que transforma lo rutinario, que ha pasado a ser invisible a nuestros ojos por su cotidianidad, en una imagen desautomatizada y particularizante. Así, la textura del excremento de paloma, el olor a grasa que se desprende de los puestos de comida, es decir, lo desagradable al gusto, al olfato y a la vista se condensa en unos cuantos versos que embellecen lo decadente del folclore con una pátina de nostalgia: “sus pies son cubiertos por unas sandalias/ de aquellas que comprabas por docena,/ como si fueran rosas”.

El contraste cromático en la paleta de Lara Castañeda funciona, también, como una enzima potenciadora de dicha melancolía: la ciudad es una escala de grises o un puñado de paredes desteñidas en contraposición con la gama de colores intensos para las pocas flores, esporádicos brotes de vida, que arranca el viento e infinitamente caen:
Una pared de ladrillos despostillados
se abalanza hacia la nada,
mientras una flor violeta
cae en torbellinos hacia el suelo
cubierto de polvo.
“Temporada de lluvias”, a diferencia de “Ciudades”, se construye en un espacio interno que, por lo mismo, le permite una libertad íntima que no puede gozarse en el espacio público del primer micropoemario. De esta manera, la privacidad que se entreteje en el espacio cerrado y protector, casi maternal, se ramifica en dos directrices: (1) la seguridad brindada por lo hogareño de un ambiente uterino que da pie a la introspección y (2) la aprehensión de saberse solo y no vigilado que predispone una sexualidad incontinente.

Esta segunda parte de Ciudades bajo la lluvia se constituye de pequeñas historias-poema narradas en segunda persona en las que el yo lírico es un voyerista que conjura a su amante. Por lo que, en el primer escenario, es el poeta que contempla la lluvia tras la ventana el que rememora su infancia y evoca a la mujer:
Otra vez te conjuro

con satélites circundando tus pezones
como órbitas trazadas a lápiz,
con cráter en el centro de tu abdomen.
Hidrósfera de personajes lúbricos, el erotismo del segundo escenario puede bifurcarse, asimismo, en dos vertientes: la prosopopeya líquida del amante –sustancia que humedece, se escurre, se embebe-, y la lujuria estrechamente ligada a lo culinario. De modo que la licuefacción del amante puede explicarse con facilidad con el epígrafe de Octavio Paz que inaugura el micropoemario: “abres mi pecho con tus dedos de agua,/ cierras mis ojos con tu boca de agua,/ sobre mis huesos llueves, en mi pecho/ hunde raíces de agua un árbol líquido”. Mas la lascivia gastronómica funge cual la flora en “Ciudades”, estableciendo un contraste entre el frío y acuoso azul y el neón de los caramelos, siempre azucarados, siempre postres. El dulce en los labios es un ingrediente tan provocativo como la desnudez y es esta gula carnal la que acrecienta el deseo glucémico en “Un pastel en la ventana”:
A través de la ventana
se filtra el aroma
a pastel recién horneado;
te levantas
sobre las puntas de los pies
y esperas tener entre tus manos
algún pedazo de zarzamora
para poder ensuciar tus comisuras
y que él las limpie con su lengua animal,
fría como la lluvia.
No obstante, las oposiciones binarias no desempeñan un papel importante en este poemario. El espacio externo y el interno no son antónimos, ni podría decirse que se complementan, sino que comparten una misma perspectiva, que es el yo lírico que se interna en el umbral de una casa cuando las primeras gotas caen sobre la ciudad. En ese momento, el espacio externo no es ya la ciudad, ni el interno la habitación donde se refugia en temporada de lluvias, sino que el espacio interior reside en la psique del poeta y el espacio exterior es el mundo que proyecta desde su interioridad (su lujuria, sus memorias, sus pérdidas) y construye entre charcos y estatuas oxidadas.

Si desean adquirirlo, pueden mandar un correo a sergio@habitantesdemoria.com.

jueves, 7 de abril de 2011

Ciudades bajo la lluvia


Acompáñenos mañana a las 18:00 horas en el Museo de la Casona Spencer a la presentación del poemario Ciudades bajo la lluvia (Ritual para conjurarte) del joven poeta Sergio David Lara Castañeda.